domingo, 13 de septiembre de 2009

UNA APROXIMACIÓN TERAPÉUTICA AL MALTRATO PSICOLÓGICO INTRAFAMILIAR

Andrea Peralta Valverde
Psicóloga, Master en Terapia Sistémica

Artículo publicado en:
Revista Nicaragüense de Psiquiatría, Vol. V, No. XVI, Julio-Diciembre, 2007 , p.7-9


Introducción

El abordaje de este artículo no es una propuesta sistémica en el sentido estricto, al ser una temática tan compleja considero imprudente reducir la contribución a un enfoque determinado. Cada uno desde su lente hace aportaciones muy útiles, -los hay más conductuales, más psicodinámicos, pasando por supuesto por los más relacionales y circulares- porque cuando hay un posicionamiento humanista ya no solo como terapeutas sino ante todo como parte de una filosofía de vida personal, no hay incongruencias, más bien lo que se da es una ampliación de recursos y posibilidades, incorporados siempre dentro de un marco de respeto y aceptación hacia las personas que atraviesan situaciones tan difíciles como las que aquí se describen.

Aún siendo apasionada de las hipótesis sistémicas que se centran en la interacción y la relación, en el tema de la violencia en cualquiera de sus manifestaciones, abogo por la responsabilidad del ofensor u ofensora como una persona que inflinge unas cuotas de daño y dolor inimaginables.
Lo anterior no va en detrimento de trabajar con la víctima formas en las cuales pueda librarse de relaciones y condiciones tan opresoras. Hago la siguiente salvedad, este artículo se centra en formas de violencia más implícita en las que el riesgo de vida es mucho menor, pues esto merecería condiciones adicionales, no obstante, justamente ese es mi mayor interés, tratar esta otra forma de violencia que podría ser incluso más letal, una muerte psicológica que sigue siendo minusvalorada dentro de un contexto dominante biologicista en el que la vida prima sobre la calidad de vida.

Un análisis circular o interaccional de los procesos, es decir, aquellos en los que se toma en cuenta como problema la dinámica relacional misma, es útil cuando la situación de violencia es incipiente, a que hay más probabilidades de una mayor flexibilidad del sistema interaccional, y una mayor voluntad de cambio por parte de las personas involucradas, lo cual reduce las opciones de que la situación se haya ridigizado. No obstante, cuando la situación de violencia se ha cronificado, como en la temática que aquí abordo, es preciso considerar no solo a la relación como abusiva, sino además reconocer que hay un abusador u abusadora. Esta posición implica una connotación y una postura ética que muchos terapeutas no están dispuestos a asumir. Si bien es indispensable distinguir posiciones terapéuticamente válidas y posiciones éticamente válidas, como seres humanos que somos es muy difícil poder escindir nuestra práctica terapéutica del ámbito de la ética.

Violencia emocional

Dentro de las distinciones tipológicas de violencia contamos con la de violencia simétrica o de agresión, y la violencia complementaria o violencia castigo (Perrone y Nannini, 1997). Este artículo se refiere primordialmente a la violencia complementaria; en la cual se intenta perpetuar una relación de desigualdad, hay uno fuerte que se cree con el derecho de castigar al otro débil. A nivel psicológico sus secuelas suelen ser mucho más graves pues esta otra forma de violencia atenta directamente contra la identidad, como si el ofendido no perteneciera a la misma clase de quien ofende (Navarro, 2000).

Estas formas de violencia más indirecta tienen que ver con el abuso emocional dentro de las relaciones intrafamiliares, aunque por supuesto también opera en otros contextos. El abuso emocional puede entenderse como “el uso de formas de agresión verbales y no verbales
encaminadas a intimidar, someter y controlar a otro ser humano” (Jacobson y Gottman, 2001, p.162). Estos pequeños actos perversos se vuelven parte de lo cotidiano, llegan a parecer normales, de ahí su peligro; inician con una sencilla mentira, falta de respeto o manipulación. Solo se empiezan a considerar insoportables cuando nos afectan directamente (Hirigoyen, 1999).
Si el grupo social en el que aparecen –en este caso la familia- no reacciona, progresivamente se transforman en verdaderas conductas perversas las cuales acarrean graves consecuencias para la salud psicológica de las víctimas. Al no contar con la seguridad de que serán comprendidas,
las víctimas callan y sufren en silencio, lo cual se convierte en el principal agravante.

Una de las formas más frecuentes de abuso emocional implica insultos en la esfera de lo público y de lo privado, humillaciones y constantes intentos de degradación (Jacobson y Gottman, 2001). “Cuando un perverso ataca a su víctima, suele apuntar a los puntos débiles que se sitúan en el registro del descrédito y la culpabilidad” (Hirigoyen, 1999, p.125).

Para que la estrategia o el movimiento abusivo inicien debe haber un componente o bien de extremo acercamiento, o bien de extrema lejanía por parte de la víctima con respecto al agresor. Pareciera como si el mensaje no confesado del agresor es “no te quiero”, el cual se oculta
en su expresión manifiesta para que el otro no se marche (Hirigoyen, 1999).

Se desea que la víctima permanezca, para que no se vaya de la relación, a la vez que se le frustra continuamente. Con el mismo fin se le impide que tome conciencia del proceso de manipulación. No quiere que la víctima lo invada, pero a la vez lo quiere a su disposición.

Estas son estrategias de comunicación viciadas similares a las descritas por Mara Selvini Palazzoli en su libro “Paradoja y Contraparadoja” (1988) al tratar sobre las transacciones comunicativas en familias con un miembro esquizofrénico, lo cual se relaciona con el tema de la violencia en cuanto a las secuelas psicológicas de anulación del sí mismo de la víctima. Este proceso se posibilita en parte por la excesiva tolerancia de la persona agredida, y por sus fuertes sentimientos protectores. La tolerancia no tiene que ver con las interpretaciones psicoanalíticas que hacen referencia a los beneficios inconscientes, esencialmente masoquistas, que la víctima puede obtener de la relación. “¡Forzosamente la víctima lo es por algún motivo!” Más bien en este caso la tolerancia se origina en la lealtad familiar, la víctima asume un papel reparador, una especie de misión por la que debería sacrificarse y en la que teme un enfrentamiento del que pudiera resultar más lastimado de lo que ya se encuentra.

Tomar conciencia de la manipulación coloca a la víctima en un estado de angustia y desesperación terribles. Al no disponer por lo general, de al menos un interlocutor, alguien que lo escuche y confíe en su versión, les cuesta más liberarse de este tipo de relación. En este momento, las víctimas, además de ira, sienten vergüenza: vergüenza por no haber sido amadas por personas que se supone deberían amarlas y vergüenza por soportar las humillaciones y padecer (Hirigoyen, 1999).

De ahí los grandes sentimientos de ambivalencia de la víctima con relación a su agresor, “siendo de las personas que más quiero y debería quererme, es además quien más poder tiene para inflingirme dolor”. Es esta ambivalencia la que suele mantener atrapada a la víctima.

Entre las principales estrategias comunicativas distorsionadas están (Hirigoyen, 1999):

Rechazar la comunicación directa, se suele eludir la comunicación verbal directa, y se opera más en el nivel de las insinuaciones. Esta es una forma de paralizar a la víctima, puesto que sería absurdo que ésta se defienda de algo que no existe. Al rechazar el diálogo sin decirlo directamente expresa que el otro no interesa, no existe.

Deformar el lenguaje una voz fría y distante, sin tonalidad afectiva. Las palabras no asustan, lo que más atemoriza es el tono. Generalmente los ofensores expresan “yo nunca quise decir esto”.

Mentir no mediante mentiras directas, se utilizan más los silencios e insinuaciones como forma de crear malentendidos que luego utilizan en beneficio del maltratador. Decir sin decir es una de las principales estrategias.

Utilizar el sarcasmo, la burla y el desprecio, esta situación afecta directamente a la víctima, pero también a su círculo de allegados, como una forma más de aislar a la víctima y que ésta se vaya sintiendo cada vez más indefensa y desprotegida.

Utilizar la paradoja, se dice una cosa en lo verbal y lo contrario en lo no verbal (Selvini, 1988). Así se desestabiliza a la víctima, pues el mensaje explícito se acompaña de un mensaje sobreentendido que el ofensor niega, y el cual solo la persona inmersa en la relación abusiva puede detectar. Este segundo mensaje “los espectadores externos” de la situación no lo suelen detectar como tal, sintiéndose una vez más la víctima en la incomprensión y la falta de validación, lo cual refuerza el aislamiento.

Descalificar, aunque este artículo se centra en las formas no tan explícitas de violencia, el agravamiento de la situación puede llegar a la expresión de mensajes descalificadores del tipo “no vales para nada”.

Dividir y vencer, es una de las estrategias fundamentales para fomentar el aislamiento: de los amigos, de los hermanos, de la familia extensa, etc. Crear rencillas, enfrentar a unas personas con otras, provocar rivalidades y celos.

Imponer autoridad sobre todo mediante la palabra, un discurso totalizador con el enunciado de proposiciones que parecen universalmente verdaderas ante las que la víctima no se puede defender.

El maltrato infantil en el seno de las relaciones familiares

El maltrato infantil aparece cuando en la célula familiar las funciones parentales no se garantizan del todo, cuando éstas se desvían hacia otras funciones más urgentes y prioritarias para los adultos del sistema familiar (Barudy, 1998), como puede ser una situación de violencia en el seno de la pareja por parte de alguno de los miembros de la misma.

Los niños pueden terminar siendo utilizados o cosificados como forma de expresión o desviación del conflicto de pareja, por lo que crece el peligro de quedarse encerrados en su rol de “cosa”.
En los casos de violencia de pareja resultan afectados los niños de la familia. Reciben agresiones en tanto son hijos de la víctima, son testigos de un conflicto que supuestamente no les concierne. En ocasiones, el progenitor herido, puede volcar en sus hijos toda o parte de la agresividad
que no ha podido exteriorizar en su momento con el agresor. Por lo general los niños no tienen otra salida que la del aislamiento, lo cual comporta el peligro de ir perdiendo paulatinamente su posibilidad de individuación y de pensamiento propio, se abren las puertas a la anulación psíquica (Barudy, 1998).

Los niños por lo general no se quejan del maltrato que padecen, sino que están en una espera permanente de reconocimiento por parte del progenitor que los rechaza. De esta forma comienzan a interiorizar una imagen negativa de sí mismos, la cual se puede reforzar en ocasiones con mensajes directos y explícitos del tipo “no sirves para nada”, “eres decepcionante”, “eres difícil”.

El establecimiento de vínculos de apego tiene un rol esencial en la vida, sin que esto signifique que la respuesta de la figura de apego sea necesariamente la adecuada para que un niño se aferre a ella. Así, en el caso de niños maltratados por sus padres, pueden sin embargo, y en la mayoría
de los casos, desarrollar lazos de apego hacia ellos (Barudy, 1998).

Los niños son muchísimo más vulnerables al chantaje emocional, se les puede manipular más fácilmente. Siempre pueden excusar a quienes aman, sus padres, están dispuestos a perdonarles todo, a asumir su supuesta culpa –por enfadarlos, por ejemplo- a comprenderlos y a intentar saber porqué su padre o su madre están disgustados, para no volverlo a hacer. Todo esto cuando en realidad no se desprecia al niño porque sea torpe, el niño podría volverse torpe porque es despreciado. Este tipo de comunicación opera a modo de condicionamiento negativo y de “lavado de cerebro”.

Consideraciones terapéuticas

En este tipo de problemática en especial es indispensable ofrecer un clima terapéutico basado en la seguridad y la confianza, en el que los clientes puedan confiar en nuestro compromiso con la tarea de ayudarlos sin causarles daño (Lipchik, 2002). Entendiendo la terapia como una experiencia relacional alternativa, basada en el respeto, la autenticidad, la sensibilidad, el apoyo y la empatía (Barudy, 2006).

Como parte de este componente de relación terapéutica, puede ser de mucha utilidad agradecer la confianza por contar algo que es muy difícil teniendo en cuenta cuánto les ha costado romper el silencio. En este sentido, es fundamental hacerles saber que han dado el primer paso, el
más importante y difícil.

Asimismo, mientras se desarrolla el discurso de quien acude a terapia, se debe estar muy atento a todos aquellos momentos en los que la víctima cargue con culpas y con autoreproches derivados de la situación de violencia. Esto para “poner las culpas y las cargas en los hombros
de quien debe llevarlas, el agresor” (Dolan, 2006)., Validar y normalizar los sentimientos ambivalentes con respecto al agresor: amor, rencor, reproche, miedo, vergüenza, deseos de protección, deseos de destrucción, etc.

El terapeuta como validador externo debe emitir una serie de mensajes que de diferentes formas manifiesten “nadie merece una situación abusiva” (Jacobson y Gottman, 2001).

En caso de que acudan uno o ambos miembros de una pareja en la que se tenga conocimiento de situaciones de violencia, es necesario explorar y trabajar además con los niños, sobre todo en cuanto a sus sentimientos de incompetencia, fracaso ante sus continuos esfuerzos por obtener algo de reconocimiento por parte de los padres.

En el caso de supervivientes adultos de violencia es fundamental explorar componentes autodestructivos en sus diversas manifestaciones (ideaciones suicidas, conductas adictivas, anorexia y bulimia). A su vez, en caso de que la queja del cliente tenga que ver con alguno de estos comportamientos autodestructivos, es muy importante explorar si ha habido en su historia más pasada o reciente alguna relación de tipo abusiva.

En el trabajo de estas relaciones abusivas, también resultan de muchísima utilidad las siguientes puntualizaciones (Fuertes, 2000):

Normalizar la experiencia, comunicar que estas experiencias son más comunes de lo que se cree, a la vez que se recalca la necesidad e importancia de revelarlo.

Utilizar preguntas cuidadosas para detectar posibles víctimas que no se reconocen como tales, en el caso de que haya sospechas, por ejemplo: ¿Se ha sentido alguna vez en una situación de humillación, burla o desprecio y no se ha atrevido a defenderse por temor a la reacción de la otra persona?

Evitar que se puedan sentir juzgados, no minimizar la experiencia, ni tampoco sugerir culpabilidad.

Conclusión

El primer movimiento activo de una víctima de violencia suele ser la búsqueda de ayuda, en muchas ocasiones terapéutica, por ello es fundamental empezar a nombrar la violencia, identificar el proceso en el cual la víctima suele cargar con lo que va mal de la relación (Barudy,
1998).

Evidenciar este mecanismo principal ha sido mi mayor objetivo a la hora de realizar este artículo, considerando que el entendimiento y desvelamiento del mismo por parte del terapeuta es primordial.

Ayudar a la víctima a entender que ante todo debe protegerse y sentirse protegida, brindándole por supuesto estas condiciones en la terapia misma.

Este autocuidado se facilita una vez que se han sustraído de la relación de dominio, paso difícil de dar ya que el agresor, sean cuales sean los sentimientos que se le profesaron o se le profesan, es una persona que ha hecho mucho daño. Por ello es esencial una comprensión activa, empática y desculpabilizadora de todos estos sentimientos normales en una situación como la que atraviesan.

Un terapeuta debe acompañar a la víctima en el difícil camino de abandono de la pretensión de lealtad que sostiene a pesar de los abusos de los que es víctima (Jacobson y Gottman, 2001).

Referencias bibliográficas

Barudy, J. (1998). El dolor invisible de la infancia: una lectura ecosistémica del maltrato infantil. Barcelona: Paidós.

Barudy, J., Dantagnan, M. (2006). Los buenos tratos a la infancia: parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa.

Dolan, Y. (2006). Tratamiento del trauma en supervivientes adultos al maltrato. Seminario impartido en el Master de Terapia Sistémica: Universidad Pontificia de Salamanca.

Fuertes, A. (2000). La coerción y la violencia sexual en la pareja. En: Navarro, J., Pereira, J. (2002). Parejas en situaciones especiales. Barcelona: Paidós.

Hirigoyen, M. (1999). El acoso moral: el maltrato psicológico en la vida cotidiana. Barcelona: Paidós.

Jacobson, N., Gottman, J. (2001). Hombres que agraden a sus mujeres: cómo poner fin a las relaciones abusivas. Barcelona: Paidós.

Lipchik, E. (2002). Terapia centrada en la solución: más allá de la técnica. El trabajo con las emociones y la relación terapéutica. Barcelona: Amorrortu.

No hay comentarios: